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LA PRIMERA PATRIOTA

insinuante, rodeada de oficiales y soldados, inerepó- les por servir de instrumento á la tiranía contra un paisano sin otro crímen que su entusiasmo por la libertad de su patria.

—;¿ Consentiréis, —les dijo—me sea sacrificado vuestro compatriota y amigo por la cruel injusti- cia de un gobernante? ¿Consentiréis que sea expul- sado de su país, tal vez para siempre, sin hacérsele un cargo, sin oirle ni juzgarle? ¡No, Patricios! De-

y con la elocuencia del alma y con palabra fácil é




«Doña Juana Pueyrredón se presentó á la guardia...»

jad libre á mi hermano si no queréis haceros cóm- plices de una iniquidad que amenguaría vuestra fama.

La tropa escuchaba silenciosa estos y otros razo- namientos. Los oficiales hablábanse en secreto, fijan- do la vista, llenos de admiración y respeto, en aquella ilustre dama, tan bella como arrojada. En sus semblantes traducíase fácilmente la impresión «lel ánimo y su decidida resolución de libertar al prisionero.