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UNA HERCICA TUCUMANA 181

«ue podríamos llamar la hora del hernismo, la seño. ya García se atreve á pedir á su huésped un actu de humanidad.

--Si usted te facilito el media, —le dice—estoy resuelta á robar la cabeza de Avellaneda, Sólo mis hermanas y Fray Romero se hallan en el secreto, Quiero salvar siquiera la cabeza Uel inártir y evitar á Tucumán el honor de verla coronando uta pica.

Al cabo de súplicas, Carballo consintió en la eje- cución de tal proyecto, uo sin contestar con cierta melancolía :

—Está hien, señora, pero ne fusilarán por que Taltaré á órdenes lerminantes.

Al siguiente día, y después del toque de oración, Doña Fortunata acompañada por sus dos hermanas Cruz y Trinidad, atraviesa eomo una sombra la pla. va y bajando de la pica el sangriento trofeo lo en- «uelve en un finísimo pañolón de espumilla. Llega- da 4 su casa, donde lavó y perfumó con cariñosa so- licitud la cabeza salvada, guardóla piadosamente co wa cofre, siendo trasladada después al Convento de San Francisco, en cuyo altar mayor fué sepultada,

El Corome] Carballo fingió caballerosamente ignorar quienes eran los autores del hecho, y cuan- do á la mañana siguiente se registraron todas las vasas de Tucumán en busca de la enbeza de Avella- neda, la heróica matrona, con magnífica audacia, pudo decir á los soldados:

—Comievcen por esa caja! Es la de mi ropa de uso!! E

Nadie se atrevió á tocarla, y la ilustre cabeza se salvó de la profanación.

No es este que acabamos de relatar el único acto