gren al extranjero: bastará sólo recordar el reciente caso de Italia con motivo de la venta de la galería Borghese, de Roma.
Los Estados Unidos, que se encuentran en análoga situación á la nuestra, y que ya se han preocupado hondamente de obviar esa dificultad, han tenido que recurrir al temperamento de formar vastos y metódicos museos de reproducciones y de copias, y han empleado para ello á los más meritorios artistas de esa legión secundaria que llena de caballetes las salas de los museos europeos, copiando y volviendo sin cesar á copiarlas obras maestras, sea para encarnarse hasta lo posible la manera venerada, sea para satisfacer la exigencia de los que desean poseer en sus casas siquiera el reflejo de la obra que más íntimamente hiciera vibrar las fibras de su alma. No se escapa, sin duda, que tal temperamento es tan sólo un pis aller, pero ¿qué hacerle? ¿existe acaso otro mejor?
Museos de ese género servirán para despertar el gusto y esbozar el criterio, pero no bastarán para formar al artista, como no han sido bastantes las esplendidísimas colecciones de ese género que encierra el South Kensington Museum en Londres, á impedir que los pintores ingleses emprendan la peregrinación de Flandes ó de Italia, ó corran á los museos continentales, á empaparse en la muda y ávida con-