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LA ÓPERA ITALIANA EN BUENOS AIRES 361

lón, las han compuesto sea en Italia ó en Francia : — pues bien, los teatros de la Scala de Milán, y de San Carlos de Napóles, y el de la Grande Ópera, de Pa- rís, son tan desmesuradamente grandes, que necesi- tan cautivar la atención del público por medio de esos efectos combinados. De ahí las bandas y los co- ros £n el proscenio. Quizá por eso no se dan en Co- lón las óperas alemanas, ni el Fidelio de Beethovcn, ni Orfeo de Gluck, ni Freyschütz de Weber, ni Mar- tha de Flotow, ni Don Juan de Mozart: todas ellas están, sin embargo, adaptadas al italiano. < Por qué nos gusta tanto aquí la bellísima ópera Dino- raA? Debe ser por la misma razón, porque es fama que el cisne de Pessaro cuando fué á residir á París, notó el mismo efecto en cuanto á sus primeras ópe- ras, y, atribuyéndolo también á idéntica causa, com- puso dos de sus partituras francesas — Moisés y el Sitio de Corinto, — en un sentido completamente opuesto.

Entre nosotros el gusto por la ópera es antiguo y decidido. Con sumarazón se ha dicho que la ópera es la obra musical por excelencia, y exige, para su ejecución, el concurso de todo lo que hay de más ex- quisito en las otras ramas de las bellas artes ; hace acompañar á la música de la poesía, que desenvuelve la acción dramática; la pintura, que la encuadra