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Por otra parte. salvo en esta ultima época, úaíca' s>«,r.u pooi» consecuentes conocían el argumento de las operas
que escuchaban : no pudiendo, tampoco.
comprenderlo al oir cantar, sea por la dificultad del idioma. sea por la defectuosa articulación de los losar- U^Ut^t. Verdad es que la mayor parte de las óperas tienen por bate argumentos realmente ridículos por su falta de sentido, y que á pocas partituras contemporáneas
se las pueda, llamar dramas musicales,
es decir texto y música dramáticas. Sucede que — como en el famoso 4* acto del /Profeta/ — cuando el interés dramático es tan grande como el musical, ni el espectador se encuentra demasiado lejos del proscenio, no puede apreciar bien el uno ni el otro, porque se le escapa la expresión dé la fisonomía, y las modulaciones delicadas: la expresión musical misma en preciso exagerarla para hacerla perceptible á tan gran distancia, y de ahí que se falsea notablemente el grado de intensidad de los sonidos, convirtiendo ídeas dulcísimas en frases monstruosas.
Por estas razones, los diletantes porteños se han acostumbrado involuntariamente á provocar dos de-