que se imponen al lector más prevenido, que acon-
gojan su espíritu, que le dejan un sedimento cruel,
pero justo, desde que se trata de la realidad, de la
verdad, de lo que acontece. Considerado así el natu-
ralismo, no es sino el verismo de los clásicos, que hu-
yen de lo artificial, de lo rebuscado, de lo amanerado,
casi diría de lo decadente, para ponerme al nivel de
la novísima evolución literaria. Pero en literatura
"la bandera no cubre la mercancía ”, para usar el
aforismo jurídico, y no basta imitar las exteriorida-
des de un naturalismo más ó menos exagerado, para
producir una obra realista. No basta tampoco ver la
realidad : es menester saberla ver—el secreto de la
inmortalidad está sencillamente en eso.
- Nadi3 se asusta de una novela "naturalista", por
más que principie á pasar de moda, pero se exige
por lo menos que la cosa exista, y sea bien obser-
vada ; que la imaginación del novelista — cuya since-
ridad está fuera de cuestión, porque es en ello vícti-
ma de un exceso natural de la loca de la casa, en
su período exhuberante — no reemplaze á la realidad
de la vida. No quiere ello decir que un libro en
esas condiciones haya forzosamente de ponerse en
todas las manos, pues la vida tiene períodos de en-
cantadora inocencia que sería inhumano profanar
abriendo los ojos antes de tiempo, pero al que ya