na. Pone término á la vÍda verdadera, á la vida agra- dable y distinguida del invierno, para reemplazar el todo por un par de docenas de funciones de circo, en que noche á noche se repiten las mismas piruetas á caballo, las mismas gracias estereotipadas de los pa- yasos, las mismas pruebas de los gimnastas ó de los equilibristas. A la tercer noche, el público toma aque- llo como pretexto, y se ríe, se fuma y se charla du- rante la función con la misma libertad que si se es - tuviera en la plaza pública. Y la gente pretende que se divierte así !
E1 Jardín Florida, bellísimo local, con una orques- ta de primer orden, parece ser uno de esos lugares poéticamente misteriosos donde los soñadores pudie- ran refugiarse á meditar en alta voz. Nadie les in- terrumpe : hay un par de alemanes que escuchan em- bebidos algún aire de Fidelio, ó una sonata de Mo- zart, pero público abundante : — damas, niñas, seño- res, jóvenes — quiá! Esos son domingueros ; sólo los días de fiesta van allí. Y el resto de la semana pre- fieren aburrirse míseramente en sus casas, ó en algún café, á ir á gozar de la música y del fresco del Jardín Florida. Panurgo reina entre nosotros con demasia- da omnipotencia.
Verdad es que á la misma hora nuestras plazas públicas ofrecen un raro espectáculo. Por entre las