feo antiguo", cuando de repente sin decir oste ni moste recibe encima un balde de agua, "que habían olvidado de perfumar " — dice el autor — lo que damos por muy cierto, pues á esas horas y por la calle Defensa, sólo á alguna morruda china se le pudo ocurrir una broma tan pesada aunque tan genuinamente porteña.
Quisiera poder transcribir todo lo que el autor dice al describir en el capítulo segundo la noche del lunes de carnaval. Ni una línea hay allí que suprimir ó que agregar, y comparando esas páginas con las que á igual temA dedicó el Vago de aquellos Silbidos que hicieron tanto ruido, no sé cuál de las dos es preferible, aunque la observación es hecha de diverso punto de vista. El corso clásico de nuestros carnavales está allí majestuosamente representado. La tertulia en casa de don Javier, con las máscaras que entran y salen, y las intrigas consiguientes, son escenas tan reales, tan llenas de vida, que el más exigente crítico nada podría tacharles. Palpita allí el carnaval porteño, como igualmente en el baile del club del Progreso, que refiere el capítulo tercero. La más estricta justicia obliga á reconocer que el que ha escrito esas páginas es un novelista de temperamento, y que sabe caracterizar perfectamente las cosas de aspecto más difíciles de analizar.