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UNA NOVELA ARGENTINA

Nuestra alta sociedad no tiene salones, en el sentido europeo de la palabra, es decir, familias que reciban con regularidad la flor y nata en la gente distinguida, para pasar un par de horas de agradable é instrutiva conversación. Lo único que hay es que las familias se quedan en sus casas determinados días de la semana, durante los meses de invierno. Pero los porteños — viejos y jóvenes — no tienen la habitud de visitar, y es curioso recoger los rumores de esos dias de la high-life bonaerense: seis señoras, cuatro niñas, dos, á veces tres jóvenes — nada más. ¿Los se- ñores? jugando al bezigue ó al tresillo, ¿Son éstos, hábitos sociales?...

Las seis ó nueve familias pudientes que entre nosotros forman ese núcleo especial de la alta sociedad que dá fiestas, sólo abren sus salones cinco ó seis veces en el año. ¿Cuántos grandes bailes se dan aquí anualmente? Cinco ó seis, nada más. Verdad es que en ellos se despliega gran lujo, que se hace todo como los porteños saben hacerlo, con rumboso despilfarro. Pero eso no constituye una alta sociedad con vida propia. No se venga, pues, á hablar de high-life —en el sentido europeo de la palabra — en una sociedad que no tiene salones verdaderos, ni vida social activa.

Y sin embargo, el grupo social que asume ese