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ADOLFO MITRE

SUS versos deben éer juzgados con el criterio de esa edad, en la cu«l todo es simple, riguroso, en políti- ca como en amor, y lleno de resoluciones solemnes : en la cual, al mismo tiempo que se cree uno el más des- graciado de los seres, se sueña ardientemente con el progreso y la felicidad del mundo ; en esa edad que día á día se echa de menos con amargura creciente, y en la cual el exceso de confusas esperanzas, de pa- siones desconcertadoras, se disimula tras un estoicis- mo que se cree eterno, y se renuncia tan fácilmente á todo en razón misma de estar en la víspera de sen- tirlo todo ! "

Sus Poesías quedan como el recuerdo de una época de preparación, de lecturas diseminadas, de aspira- ciones vagas, y de esas mil incertidumbres del espí- ritu que reconoce encontrarse en el dintel que separa la juventud de la edad madura. Para el alma de Mi- tre, durante ese período de su vida, la poesía había sido, — para decirlo con las palabras de un grande escritor — semejante á aquella ninfa de la leyenda eslava, aérea al princio é invisible, hija de la tierra luego, y cuya presencia se manifiesta sólo por una larga mirada de vida y de amor !

El volumen de Po3stas es, pues, el testamento li- terario de su juventud : de ahí que se le lea y juzgue con el cariño y el respeto con que se aprecia lo único