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ADOLFO MITRE

temporáneo se encuentra asediado, perseguido, de- sesperado, por esa nota eternamente semejante que se repite con cruel persistencia todos los días, porque todos los jóvenes se creen obligados á participar á los demás, en versos más ó menos sonoros, lo que en su alma sienten. "Haber amado, haber sufrido de su amor, y referirlo de una manera tolerable, ser sen- sible á las armonías de los prados, de los montes y de los bosques, al encanto de oír el agua mansa sa- liendo de las fuentes, ó de contemplar el gracioso tra- bajo de los nidos, y expresarlo con un tinte de deli- cadeza: es mucho, en efecto, para uno mismo, pero es fuera de duda poco para el público, al que tanto se ha marcado con esas sencilleces del corazón, y con las emociones campestres". Tal es la opinión de un pen- sador de nuestros días, y sin suscribirla por entero, no se puede menos de reconocer que mucho hay en ella de verdad. Y quizá en el fondo todo ello es cues- tión de temperamento. El poeta nascitur será eterna- mente verdadero, y el que sienta el fuego de la divina llama, aun en medio de la atmósfera más prosaica y de las mayores contrariedades, ha de exclamar :


J'aime surtout les vers, — cette langue immortelle...
...Elle a cela pour elle
Que les sois d'aucun temps n'en ont su faire cas,
Que le monde Ventend et ne la parle pas.