ua universal é inteligible para todos; sólo que cada poeta habla esta lengua con las inflexiones de su pro- pio dialecto !
Este es el caso en Adolfo Mitre. Aun cuando se encontraba en la edad dorada de las ilusiones gene- rosas y de los ideales grandilocuentes, su espíritu estaba dominado por una razón fría y severa, por la Razón, que eleva casi al rango de deidad, cuando, rememorando la revolución del 93, exclama:
Ah! la Razón ! Su resplandor sublime
Corona aquella obra que redime
Los hombres, el trabajo y la conciencia.
Si ! la razón es Dios. La inteligencia
Es caos envuelto en la penumbra.
Cuando un hombre concibe de esa manera á la ra-
zón, nada extraño tiene que esta avasalle tiránica-
mente á las otras formas del espíritu. Pero la razón
es análisis severo que se apoya en la experiencia, y
cuando tal sucede no tarda, como se ha dicho alguna
vez, en deshojar poco á poco de la frente inspirada
del poeta, esas encantadoras pero frágiles coronas
que juguetonamente habían colocado sobre ella las
dulces hadas de la juventud !
Acaso por ello no sería aventurado suponer que si Mitre hubiera vivido, no habría cultivado la poesía sino en el retrete más inaccesible de su casa, guar-