la, — se entregaba con encanto á una réverie sin fin, dejando vagar su rica imaginación, un tantuelo pere- zosa, por los dominios de la poesía y de los ensueños juveniles.
Dotado de un temperamento verdaderamente ar- tístico, correcto por naturaleza y por educación, te- nía el culto tiránico de la belleza perfecta, y la busca- ba sin cesar hasta en las trivialidades más insignifi- cantes. Hombre de mundo más por intuición que por experiencia, era fino en su trato, teniendo el ra- ro dón de una conversación subyugadora. No se le conocían enemigos, porque su comportación no ofre- cía angulosidad alguna. La singular apatía de su ca- rácter que tanto le envidiaban muchos, era más bien un tranquilo estoicismo producido por el dominio se- guro de una voluntad asombrosamente enérgica, en un hombre cuyo aspecto físico le hacía parecer casi enfermizo.
Cuenta Taine, tratando de explicar la índole par- ticularísima de Merimée, que éste, cuando tenía diez ó doce años, cometió alguna falta en la sala de su casa : fué reprendido muy severamente y arrojado de la sala ; lloroso, arrepentido, acababa de cerrar la puerta, cuando oyó una carcajada y que alguien de- cía : "Este niño candoroso nos cree muy encoleriza- dos ! ". La idea de haber sido engañado, lo sublevó, y