quien escriba, y no se escribe porque no hay quien lea”, es evidentemente paradoja peligrosa. Es preciso fomentar el que se lea, y sólo se obtendrá esto por medio de una crítica inteligente. .
La prensa diaria, por su naturaleza misma, por su pronunciadísima tendencia actual, es más bien el receptáculo de las noticias del momento, de la vida fugitiva del instante. No se le puede exigir que lleve á cabo una empresa que no entra evidentemente en sus fines.
Un eminente profesor ha dicho con razón que estudiar un libro, es cuestión larga y con frecuencia difícil; juzgarlo, es cosa complicada y en extremo delicada. “Un libro provoca un mundo de ideas, todo está encadenado en este universo de las inteligencias, por analogías ó por contrastes. Nada más que la lectura material de un in-8º de 500 páginas absorbe tres ó cuatro días á un espíritu atento. ¿Y quiénes son los privilegiados que pueden permitirse semejante lujo de tiempo? Raros son entre la gente desocupada; no los hay entre los improvisadores de la imprenta diaria. Pero leer una obra de esa talla y de ese peso, no es más que una parte — y la más fácil — de la tarea del crítico. Es preciso juzgarlo, y para esto, es necesario compararlo. Indispensable es conocer las fuentes y los antecedentes; es necesario descubrir los nue-