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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Tanta dulzura era, pues, en Sales fruto de una gran fortaleza de alma, alimentada continuamente por el vigor de la fe y el fuego de la caridad divina; de modo que cuadra perfectamente el lema de la Sagrada Escritura: Del fuerte ha salido la dulzura[1]. No es de extrañar, por tanto, que la mansedumbre pastoral de la que estaba adornado -a la que, como dice el Crisóstomo, nada hace violencia[2]- gozase para atraer corazones, de la eficacia que Jesucristo prometió a los mansos: Bienaventurados los mansos porque poseerán la tierra[3]. Por otro lado, lo que también fue la fortaleza del alma en este ejemplo de mansedumbre, se manifestó claramente cuando tuvo que oponerse a los poderosos para proteger los intereses de la gloria de Dios, la dignidad de la Iglesia y la salud de las almas. Así que cuando tuvo que defender la inmunidad de jurisdicción eclesiástica frente al Senado de Chambéry[a]. Habiendo recibido una carta suya amenazándolo con quitarle parte de sus ingresos, no solo respondió al enviado de acuerdo con su dignidad, sino que no desistió de pedir reparación por el daño infligido hasta que tuvo plena satisfacción por parte del Senado. Con igual firmeza de ánimo sostuvo la indignación del soberano, a quien había sido injustamente acusado con sus hermanos; no menos vigorosamente resistió la injerencia de los optimates a la hora de conferir beneficios eclesiásticos; Asimismo, resultaron inútiles todos los demás medios, condenó a los morosos que se habían negado a pagar los diezmos en el Capítulo de Ginebra. Así con libertad evangélica solía reprobar los vicios públicos y desenmascarar la hipocresía, simuladores de virtud y piedad; y, aunque tan respetuoso como siempre, con los soberanos, nunca se inclinó para halagar sus pasiones ni para cumplir con sus excesivas exigencias.

Veamos ya, Venerables Hermanos, cómo Sales, para sí mismo modelo adorable de santidad, mostró a los demás, en sus escritos, el camino seguro y fácil de la perfección cristiana,

  1. Jc 14, 14.
  2. San Juan Crisóstomo, Homilia 68 in Genesis.
  3. Mt 5, 4.


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