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bigote judaico, siendo de notar que, mientras la barba era negra, el bigote se acercaba confusamente a las fronteras de la rubicundez, sin que, a pesar de este contraste, se advirtiese desentonación en el conjunto de la fisonomía.

Leonarda le vió curiosa y sorprendida. ¡No era un hombre como los demás? Cierto. Y, sin embargo, al hallarse con él ante los ojos, ella experimentó un sentimiento de sorpresa y algo extraño que, como toda impresión de asombro, no dejaba de dar cuenta al ánimo de su existencia.

—¿Está el señor Pablo?—preguntó el joven.

—Está en la vía—contestó ella sin dejar de coser un pañuelo de seda a que hacía dobladillo.

—Soy su sobrino.

¡Su sobrino! Leonarda se levantó, dejando en la silla el pañuelo de seda y los trebejos de costura.

—Usted es su sobrino?... Es decir que...

—Es decir, que si usted es su sobrina Leonarda..somos primos.

—Primos?

—Primos por toda la vida...

¿Pero era posible? Leonarda se quiso hacer a sí misma cien preguntas sin sentido común. ¡Qué necedad más sublime la de aquella muchacha!

¿Por qué le extrañaba a ella que un muchacho de veinte años, de quien había oído hablar mil veces, hubiese venido a ver a su tío Pablo?

—Ya sabrá usted que yo estaba de factor en la estación de Mérida... Yo soy de la Vera, cerca de Plasencia... de donde es nuestro tío Pablo...