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mible. Sobre ello escribiré a usted cuando y como pudiere.

Más de un mes se pasó después de recibida la anterior carta, y una ta de llegó a nuestras manos esta otra:

¡Albricias, dirá usted, albricias! Al fin puedo terminar este cuento, pues mi amigo me manda los datos que me faltan para poner fin a estas comenzadas e inconexas cuartillas. Desgracia, señor, desgracia, respondo yo a su imaginada albricia de alborozo. No sólo no la envío esas cuartillas que le faltan, sino que me es absolutamente imposible el cumplir mi compromiso de remitirselas.

»Los sucesos han venido tan aprisa que nadie se los explica. He procurado buscar una causa, razonarlos, ponerlos en orden e irlos enhebrando en el hilo de lo verosímil. ¡Inútil faena! ¡Tiempo perdido! Los sucesos se resisten a la lógica, como vasallos insurgentes a ley marcial, y se quejan cuando se les aplica para juzgarlos.

Sepa usted lo que dice, y saque de ello lo que buenamente pudiere.

Narcisa, perdida toda esperanza de conseguir el logro de sus deseos, y viendo que don Sandalio disponía el matrimonio del promotor y Eladia, cayó enferma. Tuvo calenturas y síncopes, y vióse