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Prueba el vino, Angelillo—manifestó don Sandalio escanciando de una botella al promotor fiscal—. Es de casa. Come de esas aceitunas. De casa son... No comes otra vez garbanzos?... También son de casa... Come ternera... De eso has de tomar...

Esta mañana la mató Bonifa... Es de casa.

Allí todo era de casa, y si el ser de casa hubiese sido razón para que Angel comiese cuanto deseaba don Sandalio, habría necesitado un estómago como el de Lúculo y un hambre como la de tres Salamancas estudiantiles. Comió, a pesar de todo, cuanto le pusieron, porque en tales casos es preciso apurar, con la munificencia obsequiosa del anfitrión, la copa de la paciencia. Cuantos guisos puede condimentar la cocinera rústica salieron a plaza en aquella tarde. Don Sandalio era hombre que sabía hacer las cosas, y para honrar la llegada del promotor fiscal lo dispuso todo en grande. Un cochinillo entero substituyó en su gran fuente al asado; vino después la liebre, y más tarde el jamón, al que siguieron las perdices.

—¿Cuándo piensas tomar posesión de tu promotoría? manifestó don Sandalio, mientras trinchaba una gallina.

—Pienso tomarla mañana—repuso Garrido.

—El juez me ha dicho que vendrá a verte luego... Es una excelente persona. Verdad, Eladia?

—Sí, lo es—dijo Eladia—. Sumamente amable.

—¿Casado?—preguntó Garrido mirando a Ela—Casado y con hijos—contestó elladia.

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