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que empinar en las puntas de los pies para alcanzar a las mesas que eran base de vistosas pirámides de turrón. En uno de los puestos, titulado A la Pirámide de Egiptos (a cuál de ellas?), se detuvo entusiasmado Soplete, porque había una verdadera pirámide de Cheops de cajas de jalea.

Imposible parecía que hubiese en el mundo tanta dulzura. Con su abundancia oceánica desafiaban aquellas cajas a la glotonería de la especie humana, y delante de ellas hubiese podido decir un hambriento:

—¡Desde esa altura os contemplan tres generaciones de empachos!

II

Dinastía de los Sopletes.

El reloj de la Tercera Casa Consistorial dió las seis. Soplete se dijo:

—¡Caramba! ¡Y me estará esperando mi madre!

¡Su madre! A esta idea, el estómago dejó de estremecerse por la gula y empezó a brincar el corazón. Tres meses llevaba sin verla. Soplete se limlió una lágrima con el dorso de la mano y echó a andar hacia el cuartel.

¿Cómo? ¿Aún no os habéis fijado en Soplete?

¿Habéis visto su rojo pantalón, su chaquetilla obscura y su gorrilla de cuartel, y no habéis comprendido que el señor de Soplete es corneta de órdenes?

Pues sí, sabedlo. Los sabios que componen esas