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ELADIA (RETAZOS DE UN CUENTO) Parecía Eladia la representación de la generosidad, con ambas manos llenas de trigo que echaba sobre el inquieto y voraz averío de aquellos corrales.

Vestía de negro; falda de merino, que iba rozan do con el suelo; pañuelo de seda, del mismo color, con lunares blancos; cuerpo ajustado, que delataba la suave y poco desarrollada curva del seno, y el talle sutil y derecho como un álamo joven. Su rostro era blanco—mate; sus labios, finos, y su nariz, ligeramente aguileña, presentaba en el promedio de su delgada línea una pequeña prominencia, que prestaba a todo el conjunto de las facciones sello de dignidad y nobleza. Sus ojos eran pardos; los dientes, ebúrneos; las pestañas, largas, diseñaban la figura del arco, moviéndose con gracioso mariposeo al parpadear. Así era Eladia.

—¡Vamos, hambrientos!—dijo dirigiéndose a media docena de palomas que frente a eila movían se torpemente y arrastraban sobre el suelo el plus moso buche. ¿Cuándo os cansaréis de comer?

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