Página:Relaciones contemporáneas - Ortega Munilla (1919).pdf/141

Esta página no ha sido corregida
135
 

funesto desenlace que esperaba por momentos con horror, logré asirme de una rueda de la cureña, y atenazando mis brazos en sus radios, dispúseme a dejármelos arrancar antes de aflojar la presa. El padre Siset me cogió por la cintura y me bamboleó cruelmente.

—¡Suelta, perro de los infiernos, espía de Satanás!—gruñía con acento sordo. No han de valerte tus tretas. Has de perecer aplastado. Eres el escarabajo vil que ha querido manchar el nido del águila, y como él morirás.

En esto ocurrió una cosa extraña. Of un disparo más cercano que los que hacia la puerta del Carmen perturbaban sin cesar el silencio de la noche; vi su fulgor, que alumbró con fugaz llamarada un grupo de las avanzadas francesas...

Los brazos del padre Siset me soltaron; su boca aulló un bárbaro vocablo, y cuando momentáneamente, repuesto de mi temor, volví la vista hacia él, ¡horror!, ¡ya no estaba en la muralla! Sólo distinguí sus enormes y desnudas zancas, que, perdido el aplomo de su posición, se deslizaban al foso tras la cabeza y los brazos... Aquel disparo había matado al fraile.

Su cuerpo fué a parar al foso en espantosa caída, y. las zarzas y cabrahigos, que recibieron la pesada carga, se quebraron, produciendo un ruido lúgubre. De entre su obscura masa salió volando, asustado por el estremecimiento del follaje, un buho, que con aleteo torpe y cansado fué a perderse en la obscura línea del horizonte.