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EL PADRE SISET (CUENTO DE LA GUERRA)

I

El heroísmo da Gerona había llegado a su último extremo: luchábase allí con los franceses y con el hambre, enemigos ambos tan malos, que si me pusieran en el caso de optar entre uno de los dos, no sabría con cuál quedarme. Ya íbamos perdiendo la mala costumbre de comer.

Se publicó un bando para que todos los vecinos llevasen a la carnicería sus mulas y caballos. Yo cumplí mi deber, pues, aun cuando sólo contaba entonces nueve años, ya me hacía cargo de la gravedad de las circunstancias; y sobreponiéndome a la pena que me causó la muerte de mis padres, ocurrida la semana anterior, y sin oír los gemidos de mi abuela, que se empeñaba en no dejarme salir de casa, cogí de la rienda a mi querida y anciana yegua Pardaleta, y me dirigí al arrabal de la Rutlla, donde estaba la carnicería. Por el camino iba pensando en los horrores de la guerra, en lo tunante que debía de ser Napoleón cuando aquellos disgustos nos proporcionaba y en el mal