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guno de aquellos tres seres moviese pie ni mano.

El reloj tocaba las siete. Entonces el tío Basilio se incorporó.

—¡Diablo de noche!—murmuraba, buscando en los rincones del cuarto el jarro del vino—; ahora, a tocar las campanas, a pasar frío. No; pues antes he de prevenirme el estómago contra las pulmonías... ¡Vaya un trago..., otro..., otro!... ¡Media azumbre me he colado!... Que vengan los cierzos...

¡Arriba, campanero, a cumplir tu obligación!

Salió Basilio del cuarto, y a los pocos momentos las campanas preludiaban su canción monótona y lúgubre. La campana María», la mayor del campanario, dominaba el sonido de las otras con sus badajazos, que semejaban descargas de cañones.

V

El último repique.

Sólo en la fiesta de los Santos se tocaba aquel grandísimo instrumento, bautizado con el nombre de Marías y colocado en la abertura oriental del campanario. Cuando los villahondinos la escuchaban, era hora de rezar por los difuntos.

Pesaba cincuenta quintales, girando, no obstante, con notable ligereza, merced a los bodoques de hierro y piedra en que estaba montado su eje.

De este eje partía una grande palanca de hierro