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sus brazos y rodó por el suelo, quebrándose en mil pedazos.

—¡Torpe!—gruñó la tía Requiescat desde su cama; si yo estuviera levantada, pagarías caro tu descuido. No te tomas interés por nada de esta casa. Estoy en los últimos instantes, y te maldigo, porque tú me has matado... ¡Ay! Siento aquí en el pecho una cosa que me abrasa, un fuego que se enciende y apaga, una llamas que va reducióndome a cenizas el corazón.

La vieja se lamentaba a gritos, que retumbaban bajo los muros de piedra con eco espantable.

¡Esta maldita chica—tronó el borracho, que había logrado ascender la penosa escalera; esta maldita chica nos va a perder con sus descuidos!...

¡Romper un cántaro nuevo!... ¡Ah, Leandrita, Leandrita! Dos días hace que no entra por tu boca mas que aire; pero a fe a fe que no probarás el pan mientras no te corrijas.

En tanto que hablaba así el tío Basilio, habíase tirado en un colchoncillo que en medio de la estancia estaba. Leandra lloraba en un rincón. Tan prolongado martirio iba siendo superior a su débil resistencia.

Los golpes de muerte que la daban, y el no comer, acababan de agotar sus fuerzas físicas. Una frialdad inexplicable se difundía por su cuerpo.

La niña se dejó caer en el suelo, inclinó la cabeza sobre el pecho, entornó los párpados, volvió 'a abrirlos convulsivamente y lanzó un suspiro. Un largo espacio de tiempo transcurrió sin que nin-