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¡Qué hermosa eres!

Ella miraba al suelo y veía un gorrión picotear en la rama más baja de una mimbrera. Allí estaba el mundo encerrado: en aquel sol que se ponía tras los cipreses del cementerio; en la mimbrera que oscilaba haciendo arcos con sus ramas; en el gorrión que movía con graciosa inquietud su cabezuela, vibrando los negros y relucientes ojillos; en aquellas tres dulcísimas palabras que robaban a los querubines su música; en el agua que, haciendo pequeñas ondas, corría; en el lejano rebullicio de la feria, sobre el cual flotaba la algarabía de un cornetín de pistón ejecutando una quadrille.

Leonarda se sintió dominada por la fermentación de sus emociones. Estrechó la mano huesuda y varonil que la oprimía el talle, y acercando su rostro al rostro caliente y trasfigurado de Evaristo, balbució:

—¡Tú no sabes lo que te quiero!

XV

El desenlace del mundo.

Ahora bien: arrancad de este árbol las hojas, despojadle del afeite literario, cercenad de lo que habéis leído aquello puramente descriptivo y pintoresco. Qué queda? Un amor, una pasión, una