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fusilaron a los mamelucos el año 8, de los que convirtieron el empedrado de Madrid en barricadas el año 54..., y ahora sobre este plano levantad el edificio.

Así como el sentimierto de un ser, puede simbolizarse el de un pueblo. Y entonces aquellas cincuenta mil personas experimentaban la impresión del ahogo. Y realmente unos a otros se ahogaban, y como a cada minuto más gente de Madrid venía, los unos sobre los otros hacían el efecto de cuñas, y cada ómnibus que arribaba, vaciando su contenido, producía un movimiento concéntrico de oleaje, que de ser en ser iba transmitiéndose hasta la entrada del angosto puentecillo.

¡Era demasiada paciencia para un público español! El oleaje aumentó, creció, se encrespó. La gente, empujándose, tuvo brincos de ola que asalta un barco. A un mismo tiempo, en diversos lugares de aquella gran masa de gente se produjeron violentísimos remolinos, y giró la multitud con gritos y alaridos de muerte. El miedo mujeril puso en música el sentimiento por todos los ánimos sufrido. Hubo lamentos de madre espantada que cree perder a su hijo. El horroroso y tremebundo empuje de la multitud dislocó las agrupaciones familiares, separó las madres de las hijas, a los niños de sus padres. Este fué el momento de pánico.

La multitud avanzó al puente. Los guardias municipales fueron arrollados. Se pasó sobre ellos y el puente fué invadido. Sonaron crujidos de madera que estalla, y súbitamente las barandillas del puen-