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narda, y descendieron por la línea de su cuello a buscar todo el caudal de perfecciones que allí se, encerraban. La juventud y la hermosura son el abyssum abyssus de la Biblia. ¡Se atraen, se atraen!

XIII

Por fin.

Era el día de la fiesta populachera y horrible de Madrid. ¡San Isidro! Tres bueyes fantásticos rasgaron el cielo de la corte, echando en el surco de la fe simiente de estrellas. Hoy esa memoria religiosa se ha convertido en una orgía de mal tono, en que apenas si podría flotar la mantilla de Santa María de la Cabeza en el río de vino que se derrama sobre las conciencias de los fieles.

¡Amanecer hermoso! ¡Espléndida mañana! Tenía ese lujo andaluz con que el mayo de Castilla se engalana. Los árboles de las acacias en flor, los tiestos de las ventanas, rebosando perfumes, y en cada esquina, y a las puertas de los templos, y en las plazas, y en las calles más concurridas, un ejército de muchachas y chiquillos vendedores de lilas, rosas, violetas y pensamientos. Estos mercaderes de aromas van en guiñapos. Hay niñas lindísimas, delicadas, que con una triste sonrisa en los labios y su mano derecha tendida, os dicen al pasar algo triste... ¡Es una violeta que pide una limosna!