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espontáneos en aquella ocasión crítica, para vengar honrosamente la ignominia de mi patria, arrancándola del poder estrangero, me grangearon distinciones y condecoraciones del monarca á quien obedecía.

Me hallaba en la córte de España en 1808 en calidad de diputado por la ciudad de Buenos Aires, cuando aquel reino fue ocupado por los ejércitos del emperador Napoleón. Yo ví entonces, no la ocasión favorable como se ha creido vulgarmente, sino el deber en que los sucesos ponian á la América, de no seguir uncida al yugo del usurpador, despues que habían sido rotos los vínculos que la unian á la madre patria. Ví que su interés y su propia dignidad le imponian esta obligacion.

Salí precipitadamente de Madrid el día 1º. de Mayo con dirección á Cadiz, y en la resolución de restituirme á mi pais, para ponerme á la cabeza de mis bravos húsares. Sucesos afortunados me habían dado algún crédito entre mis compatriotas, y yo crei que debía emplearlo en bien de mi patria.

Me ocupaba en Cadiz de mi embarque, cuando fuí llamado por el gobernador de aquella plaza, marquez de la Solana, para hacerme saber, que era indispensable mi regreso a la córte, para representar los derechos de mi ciudad en aquella circunstancia importante. Mi resistencia lo puso en la necesidad de manifestarme, que mi regreso era ordenado por el nuevo gobierno; y que debia realizarlo lo mas pronto posible.

Ya estaban desenvueltas las miras de la Francia, y ya se contemplaba ésta segura poseedora de la España. La reunión de la América era el objeto de sus grandes cuidados. Mi salida de Madrid sin conocimiento de los nuevos gobernantes les había descubierto, que mis ideas no se acordaban con su sistema; y resolvieron trastornarlas, cualesquiera que fuesen. El carácter de representante de uno de los primeros pueblos de América, con que me hallaba, debió inquietarlos: de aquí la órden para mi restitución á la córte.

Nada de esto podía ocultárseme: y en tan estrecho apuro preferí el bien de mi país a mi propia seguridad. Yo pude, á la verdad, sustraerme á la violencia que se me hacía, fugando de la plaza á la escuadra inglesa, que bloqueaba aquel puerto: pero esto habria descubierto prematuramente mis intentos. Preferí pues, como lo hize, mandar á Inglaterra emisarios de mí confianza, [1] para que impusiesen al ministerio británico de la situación de España, le asegurasen que la América Meridional no se sujetaría á la dinastía de Napoleón; y pidiesen un buque para trasladarse sin pérdida de tiempo á Buenos Aires, á fin de prevenir á sus habitantes contra las intrigas de una nación, que amenazaba á todo el globo con su insaciable ambición.

  1. Don José Moldes, cadete de la compañía americana de los guardias de Corps, y don Manuel Pinto negociante de Buenos Aires, que habían dejado á Madrid con el mismo propósito que yo.