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españoles: pero ¿como creer, que tomase del mismo origen el cuento de mi pesadumbre, de mi arrepentimiento, de mi desesperación, y de mi muerte en un lugar obscuro? Solo el señor Everett podrá revelar este secreto, sino quiere incurrir en una nota mas vergonzosa: sin que pueda jamas salvarse de la de no haber ocurrido á los agentes diplomáticos, que ha tenido constantemente su gobierno en esta República para rectificar sus noticias antes de avanzarse á dar una estocada de ciego á mi opinion. Si él hubiera obrado como discreto negociador; si hubiera tomado de orígenes puros, como tubo tiempo y proporción de hacerlo, las noticias que debian servir para la formación de su carta; no me habría ofendido á mi; y habría podido saber, que el orgullo Argentino nunca se ha conformado con comprar á precio de oro su independencia, según lo propuso el señor Everett en su célebre carta, comparándonos á los negros de Haity. Pero basta ya de esta materia, en que, sin haber dicho todo lo que mi justo resentimiento pudiera, creo, sin embargo, haber dicho mas de lo que mi educacion quisiera. Me considero acreedor á alguna indulgencia por la calidad del objeto que me ocupa.




Antes de producir las pruebas, que destruyen radicalmente cuanto ha dicho el señor Everett sobre mi apostasia, séame permitido manifestar el desagrado que me causa la necesidad de tomar una pluma embotada ya por el tiempo, para referir hechos personales. Me cuesta, en efecto, hacerlo, pero yo no encuentro por ahora otro medio de desmentir a un impostor, que se halla á dos mil leguas de mí, que el de presentar la historia de mi vida pública, para que se deduzcan de ella los principios que me han dirijido. Si yo escribiera únicamente para mis compatriotas los Argentinos, despreciaría, tal vez, la calumnia, asegurando mi confianza su propia estravagancia, y la notoriedad de mi fidelidad; ó haría solo ligeras indicaciones de los hechos, que bastasen para desmentir la impostura; pero, cuando escribo para todo el continente Americano, y para todos los hombres de Europa que hayan leído la carta de mi descrédito, debo ser mas difuso á mi pesar. Los que me conocen particularmente, no deben leer este papel: será tediosa su lectura: pero los que deseen imparcialmente saber, si hubo, en efecto un gefe supremo de la República Argentina capaz de venderse al gobierno español para entregarla, deben armarse de paciencia, y leer hasta el fin.

Voy á tocar ligeramente los sucesos remarcables de mi vida, que dán una certidumbre de los principios que he profesado públicamente veinte años antes que el señor Everett tubiese la inocencia de infamarme.

En 1806 fué invadida esta ciudad, Buenos Aires, por una división de tropas inglesas al mando del general Berresford, y ocupada sin resistencia por el abandono y fuga de las autoridades españolas. Mis servicios