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sus venganzas personales hasta hacer sospechosa la lealtad. No es fácil trazar el cuadro perfecto de nuestras desventuras en aquel periodo desgraciado, ni enumerar los riesgos de que triunfó la constancia de los Argentinos: pero, cuando parecian mas perdidas las esperanzas del remedio, entonces fue que empezaron á declinar nuestros males.

Acababa de instalarse el congreso en Tucuman, de quien esperaban los pueblos su salud. Los destinados á ser legisladores de la patria, y á fijar su destino con la sabiduría de sus consejos, tuvieron que emplear mas de una vez el valor, y arrostrar con ánimo intrépido los peligros, por no permitir, que fuese profanado el último asilo, que restaba á la patria en sus infortunios. En esta crisis fue que la Representación Soberana se dignó encargarme del honroso, pero terible destino, de la dirección suprema del estado. Yo había mandado otras veces, y habia probado demasiado las amarguras de estos cargos, para que no fuese considerada como un sacrificio mi obediencia. Miembro entonces del cuerpo soberano estaba en el interior conocimiento de la enorme masa de males, que iba á gravitar sobre mi: pero esos mismos males ejecutaron mi sumisión.

Desde el seno del congreso partí con la investidura de gefe supremo á la provincia de Salta; y tuve la fortuna de dejar concluidas las ruidosas diferencias, que habian dividido al pueblo y al ejército; y preparados los elementos que dieron después á los salteños tan gloriosa fama. Continué hasta el ejército; ecsaminé su situación; reconocí las fortificaciones levantadas para protejer su debilidad: y dadas las órdenes convenientes, regresé á Tucuman, y tuve la lisongera satisfacción de haber acelerado con mi influencia la memorable acta de la declaración solemne de nuestra independencia. Seguí mi marcha hasta la ciudad de Cordoba, donde habia dispuesto que el general San Martin me esperase, para combinar los medios de rescatar á Chile del poder de los españoles.

A mi llegada á la capital, ¡qué de pasiones! ¡Cuantos intereses opuestos! Mi resolución estaba tomada: yo me apresuré á cumplir mis juramentos. Anuncié á los pueblos que borraba de mi memoria todo lo pasado, y que premiaría el mérito donde lo encontrase: jamas falté á mi promesa, ni jamas me arrepentiré de ello. A este proceder y á las virtudes de mis compatriotas debí, que las autoridades se sostuviesen á despecho de los innovadores mas resueltos; que sirviesen reconciliados y gustosos los que antes se habian creido con derecho á ser mis enemigos: y, por decirlo breve; que la obediencia á los poderes legítimos y el amor al órden formasen el espíritu público de las provincias, á cuyo destino tuve la gloria de presidir por mas de tres años.

El ejército del interior á cuyo frente coloqué al bien acreditado general Belgrano, fue rápidamente reforzado; consiguiéndose en poco tiempo