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consideré suficiente formada, tomé la resolución atrevida de presentarme entre mis compatriótas, para destruir el influjo y poder que consevaba aun el Virrey; y efectué mi embarque clandestinamente en aquel puerto á fines de Mayo de 1810. El 9 de Junio siguiente tomé tierra en la costa veinte y cinco leguas al Sud de la capital; y fui sorprendido con la noticia de la instalación del gobierno Patrio en 25 de Mayo anterior. Que calculo mi regocijo el que sea capaz de figurarse lo amargo de mis fatigas y anhelos anteriores á éste acontecimiento. Pocos dias pude detenerme en la capital, porque fui inmediatamente provisto de gobernador de la provincia de Cordova: sacado de allí para la presidencia de Charcas: nombrado general en jefe del ejército del Perú después de la jornada desgraciada de Sipesipe: y trasladado de aquel destino al poder ejecutivo á principios del año 1812.

La esposicion que acabo de hacer, no tiene á la verdad relación alguna directa con la acusación de Mr Everett: pero yo he creído necesario hacerla, para manifestar el carácter consecuente de mis ideas y de mis operaciones a favor de la independencia de mi pais. Mas, como es con referencia al tiempo de mi mando en el directorio supremo que el Sr. Everett me supone la venta á loa agentes españoles, pasaré también una ligera revista de mis operaciones en aquel periodo importante; para manifestar la inverosimilitud de la impostura, y la poca circunspeccion del impostor.

Los elementos que desde el año 1810 habían obrado sucesivamente nuestras desgracias, y detenido los progresos de una causa tan ilustre, parecieron conjurados, todos á la vez, para poner en el último conflicto nuestra ecsistencia al concluir el año de 1815. Las pocas fuensas que habíamos salvado del ejército del Perú, amenazaban disolverse. Las que se organizaban en la provincia de Cuyo estaban mal seguras en su propio campo. Los enemigos, envanecidos con sus victorias, convinaban planes para envolvernos por todos los puntos de la República. El tesoro nacional se hallaba en la impotencia de proveer á las necesidades mas urgentes. El espíritu público de las provincias había perdido de vista los peligros comunes. La discordia se había apoderado de todos los corazones desmoralizando los sentimientos generosos y honrados. El valor se malograba en destruirse mutuamente los ciudadanos de una misma patria. La subordinación militar estaba relajada. La calumnia hacia destrozos en la opinión de los ciudadanos mas respetables. La capital del estado, que había conservado cierta divinidad en los mas difíciles accesos, no parecia ya sino el foco de las pasiones de todos los pueblos. La anarquía, en una palabra, había puesto al estado en una conflagración universal. Con todo; cuando se creia que nuestros conflictos no pudieran aumentarse, aparecieron sobre las fronteras de la Banda Septentrional del Rio de la Plata las tropas portuguesas, para aprovecharse de nuestras discordias. Nuevo peligro, y nuevo campo para sembrar desconfianzas, y para que los odios llevasen