ventes y desquiciadores, es consolador ver el incrmento que toman las sociedades de Beneficencia. Una de ellas, es la de San Vicente de Paul sobre la que diremos algunas palabras, considerando que dàndola a conocer prestaremos un verdadero servicio al país, porque à esas agrupaciones benéficas deben pertenecer todos los que quieran sostenerse en el escabroso camino de la virtud.
Consagrada esta Sociedad al alivio de las pobres trabaja sin ostentacion y sin ruido; son muchos los males que mitiga y abundantes las lagrimas que enjuga.
Se encuentran en su seno el Abogado distinguido por su talento y posicion social con el humilde empleado; el médico que consagra su ciencia, y todos los instantes de su vida al servicio de la humanidad, con el jóven estudiante que se prepara á seguir sus huellas; el acaudalado comerciante ó capitalista, con el modesto negociante ó industrial.
Allí todos son iguales, el rango social no determina asientos de preferencia, el traje que visten no establece diferencia de tratamiento, los conocimientos científicos no desdeñan la ignorancia.
El amor de Dios es su divina, el catolicismo su bandera, su práctica la caridad.
La viuda abandonada, la niñez desvalida, el enfermo agobiado por el peso del dolor, son el objeto de su constante solicitud y espera que sus sacrificios y desvelos le merezcan por toda recompensa, aquella alocucion prometida por nuestro Redentor: «Venid á mi, pues tuve sed y me disteis de beber; tuve hambre y me disteis con que aplacar mi tormento; desnudo estuve y me vestisteis; estuve enfermo y me -curasteis! Venid á mi, porque cuando alimentasteis y vestisteis a los pobres, a mi lo hicisteis!»
Suplicamos à los hombres verdaderamente amantes de la moral y de la caridad, a los hombres de buena voluntad, estudien los estatutos de esa admi-