sus concepciones sin atender á lo que demandan las immutables verdades sobre que descansa la suerte del individuo, de la familia y de la sociedad. La inteligencia sin moralidad es el Àngel caido que lleva herida su frente con el rayo del Eterno, y que, en medio de su desesperacion, blasfema contra su Criador, lleva en su mano la tea de la discordia, hace temblar la tierra bajo sus plantas, y trastorna y abraza el universo. Ved sino à ese hombre que con torva frente y la mirada encendida deja caer sobre el papel sus pensamientos terribles; á ese misantropo que, medroso de su propia sombra, se figura ver á la sociedad que conjurada le persigue; que insulta á la cilivizacion ponderando las ventajas de la vida salvaje; que con su infausto talento hace problemàticas las mas altas verdades; que ora defiende el duelo y el suicidio, ora los condena; que ora pinta con negros colores el adulterio, ora procura protegerle cubriéndolo con un velo; que mina el òrden social en sus mas hondos cimientos; que lanza sus tiros vibrantes contra todas las instituciones existentes; que no se asusta con la espantosa conflagracion que va á provocar, cuando su corazon la presiente y su mente la divisa; este hombre cuyo libro es el codigo de la revolucion mas formirable que vieron los siglos, este es el emblema de la inteligencia sin moralidad: es Juan Jacobo Rousseau.
¡Ay de la sociedad donde se verifica tan sacrílego divorcio! Vivirá en la inquietud, se agitara en medio de las revoluciones y si no conserva en su seno algun gérmen regenerador, su destino será la muerte. ¿Qué hubiera sido de la Francia con el tan decantado saber de sus grandes filósofos, si el genio de Napoleon no la hubiera salvado preservándola de la disolucion, y extirpando la anarquía? Por cierto que no faltaba la inteligencia en la Asamblea constituyente, en aquella Asamblea que contaba un Sieyes y un Mirabeau; pero ¿qué hizo aquella Asamblea? derribar,