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316 Biblioteca de los Americanistas.

Alvarado entonces ni después en esta ciudad. En ausencia, pues, del Adelantado, que por este tiempo había ido á verse con Cortés á la provincia de Honduras, ocurrió la fatalidad, que se siguió del mal consejo de pedir Gonzalo de Alvarado doscientos alahones, que son «muchachos,» para que éstos, fuera de las cuadrillas que andaban de cuenta del Adelantado D. Pedro cogiendo oro en los lavaderos, le diese cada uno un castellano de tequio, que es «trabajo de un día.» Y como eran muchachos de nueve años hasta doce, faltaban con el jornal, por estar divertidos en travesuras propias de su pueril edad; pero no quedando estos sin castigo, hacía Gonzalo de Alvarado que los capataces ó caporales de la cuadrilla de estos niños acabalasen y cumpliesen lo que faltaba á la cantidad de los doscientos castellanos; padeciendo estos muchas incomodidades y grandes vejaciones para cumplir la suma de lo que venía á faltar cada semana; de donde empezaron á cabilar los deudos y padres de los muchachos, que como se alternaban y mudaban cada semana, de esta suerte vino en el curso de los días á quedar contagiado todo el común de la codicia pestilente de Gonzalo de Alvarado, á quien amenazaban con Tonalteul, que quiere decir el «sol de Dios,» que así llamaban á el Adelantado, amado y respetado sumamente de esta nación; confiando que con su venida á Goathemala se remediaría este desorden. Pero como D. Pedro de Alvarado se dilatase en Honduras, detenido y embarazado con la guerra de Pedrarias Dávila, que había aportado en esta misma ocasión por la parte de Cuzcatlán, con ánimo de dominar la tierra y apropiarse lo conquistado por el Adelantado y los suyos; fué creciendo con esta dilación, fuera de la presencia y respeto de este caudillo, el abuso y ambición de Gonzalo de Alvarado: y eran tantos los rumores de su rigor, que pasando de los indios mazehuales á la noticia de los caciques y principales, éstos, adversos y enemigos de los españoles, la participaron, no sin lamentos y añadiduras, á el rey Sinacam.

Había pensado el rey Sinacam cuando se ofreció de paz, que aquello de entrar los españoles en sus tierras, no pasa-