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cantidad de dinero, le entregase la imagen milagrosa, sustituyéndola con otra; desapareciendo para siempre el sacristán, desleal custodia de tan singular, antiguo y apreciable tesoro. Juan Rodríguez Cabrillo de Medrano, con el don de tan preciosa reliquia, se embarcó para estas partes, sucediendo á pocos días de su navegación una tan temerosa y grave tormenta que, siendo necesario alijar, entre otras cosas se echó ai agua el cajoncillo en que venía la sagrada imagen; quedando este caballero, sin la posesión de tal joya, confuso y melancólico, hasta que, pasando el rigor de la tormenta, doblando un cabo ó punta de tierra, vieron venir el cajoncillo hasta abordarse al navio, de donde, á fácil diligencia, pudo asirse, premiando el dueño con larga y liberal mano á quien ie hubo. Desembarcó en la Veracruz, estuvo en Mexico dos años, de donde pasó á esta ciudad de Goathemala y se aposentó en las casas de D. Pedro Marín de Solorzano, deudo suyo, y pasando después Juan Rodríguez Cabrillo de Medrano á la ciudad de Lima, a la herencia de un pariente, dejó esta Señora en poder de D. Pedro de Solorzano por prenda de su vuelta á Goathemala; pero muriendo allá, la dejó por legado á este caballero Solorzano su deudo, quien, movido de ver que aunque la santa imagen quedaba, cuando salía fuera de casa, debajo de la llave del cuarto donde asistía y se la llevaba consigo, cuando volvía la echaba menos, hallándola unas veces en un cuarto y otras en otro de la casa, la hubo de dar, con noticia de todo, al venerable varón Fr. Pedro de Arboleda. Y aunque acerca de esta santa imagen puede haber otras circunstancias y otras cosas que parezcan más notables, yo no pienso mudar ni alterar cosa alguna de esta tradición corriente, por haberla oído y tenido de muy fidedignas y ancianas personas de uno y de otro estado, y entre ellas á los padres Fr. Fernando de Espino, Fr. José de Morreira y Fr. José de Guzmán, religiosos de los más graduados de la religión de San Francisco, y á Jerónimo de Caraza Figueroa, caballero muy anciano, de acreditado juicio y gran comprensión de antigüedades, don Antonio de Godoy Guzmán, D. Esteban de Medrano y So-