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174 Biblioteca de los Americanistas.

con otras admoniciones cristianas de su santo celo; moviendo á la enmienda de las vidas y otros paternales documentos, que de aquel gran varón debemos creer, y con cuyo ejemplo, habiendo dado sepultura, con la mayor y más decente pompa que se pudo, al cadáver de doña Beatriz de la Cueva en la capilla mayor de la Santa Iglesia Catedral, y celebrados los oficios por el mismo reverendo Obispo, se pasó á darla á los cuerpos de sus damas en las otras iglesias, que después se juntaron todas en un sepulcro, que es en el convento de San Francisco de aquella Ciudad Vieja, donde hoy lo testifica, aunque se lee con dificultad , una inscripción que está al lado del Evangelio, cerca de la tribuna, que dice: «Aquí yace la señora doña Juana de Aftiaga, natural de Baeza en los reinos de Castilla, y doce señoras sus compañeras, las cuales todas juntas perecieron, en compañía de la muy ilustre señora doña Beatriz de la Cueva, en el terremoto del volcán, que arruinó la ciudad vieja de Goathemala, el año de 1541. Fueron trasladados sus huesos á esta Santa Iglesia el año del Señor de 1580.»

Y después se procedió á enterrar los demás cuerpos; siendo necesario para ello desenterrarlos de la arena en que estaban sepultados, que en partes terraplenó un estado, y en partes dos; y otros muchos cuerpos se sacaron de debajo de las paredes arruinadas que los habían cogido debajo. Pero en esta grande inundación no hay memoria ni tradición de la vaca negra, con un cuerno, que echaba las gentes en el agua, como dice Gomara,[1] porque no hubo tal cosa, ni era fácil de verlo en una noche tan oscura, en que no se percibía cosa alguna; pero con estos peligros escribe quien lo hace sólo por relaciones remotas, no sólo en los tiempos sino en las distancias de las leguas: ni menos, como quiere ser esta vaca, Agustina, la hechicera de Córdoba, mujer de Francisco Caba, que quiere que, por haber tenido ilícito trato con el capitán D. Pedro Portocarrero, primo del Conde de Medellín, esta Agustina, de celos de este caballero, le

  1. Gomara, cap. CCXI, folio 270.