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carta del aviso de su muerte.[1] Pues en el Perú, no menos que en México, le lloraron muchos dependientes de la confianza de su verdadera amistad, como Pizarro y Almagro, y no menos, si con más razón que todos, aquellos caballeros que, yendo en su armada el ano de 1534, se quedaron á fundar la ciudad de Los Reyes y la de Quito y la de Puerto Viejo; celebrando en ambos Reinos suntuosas exequias por el descanso eterno de su alma como verdaderos amigos, cuya voluntad y fineza pasa más allá de la muerte; que aunque selló, con la fría y pesada losa del sepulcro, el noble cadáver de este héroe, pero no borrará el tiempo la fama y crédito de su nombre, por más que ladre la envidia y haya evaporado alientos envenenados á la fácil creencia de autores apasionados.

Pero aunque el general sentimiento embargó los corazones de tantos amigos, y allegados de D. Pedro en aquellos dos Reinos, contrapesó á todos el verdadero desconsuelo y prolijo llanto de esta ciudad de Goathemala; á donde, no habiendo alguno que no le esperase como padre, les llegó la noticia de su fatal desgracia y acelerada muerte, por disposición del virrey D. Antonio de Mendoza, por medio de esta carta, á la muy noble y muy leal ciudad de Santiago de los Caballeros de Goathemala, recibida en 29 de Agosto de 1541:

«Magníficos y nobles Señores: Por cartas que escribo, así al señor Obispo de esa provincia como á D. Francisco de la Cueva, teniente de gobernador de ella, sabréis como Dios Nuestro Señor fué servido de llevar á su gloria al Adelantado Alvarado, y el suceso de ella, de que no poca pena he sentido, como era razón, y tanto como si fuera mi propio hermano; y pues él le dejó por su teniente de gobernador, por la confianza que de él tenía y no menos tengo yo de su persona, y hasta que S. M. otra cosa sea servido de proveer, le ternéis y obedeceréis, Señores, por tal gobernador. Y así os lo encargo; y mando, de parte de Su Majestad,

  1. Garcilaso, lib. II, cap. XVI.