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134 Biblioteca de los Americanistas.

Parece que coronó D. Pedro de Alvarado toda la gloria inmortal de sus generosos hechos en esta ocasión, de tanto peso y de tan profundas consecuencias, en que soplando la astucia y malicia del juez de residencia Orduña, tenía tan divididas y encontradas las voluntades de unos vecinos contra otros, que sólo pensaban en cómo destruirse y acabarse; viéndose, de esta suerte, esta república, á los umbrales y entrada de una guerra civil, á que iba á recaer lo más florido y ilustre del cuerpo della. Pero sobreviniendo este Hércules español, que sobre la inmensa idea de su gran talento sustentaba este gran cuerpo de un Reino tan excelente, dió corte á todo con la claridad de su juicio; y aunque se oponían las consideraciones, de ser dos partes las de la principal ofensa sobre aquella desacertada elección contra la hechura de su hermano, tomó el expediente de nombrar otros alcaldes que no fuesen aquellos, ni los nombrados por el visitador Orduña; señalando en nombre de Su Majestad para este ministerio y primer magistrado á Baltasar de Mendoza, y á Jorge de Bocanegra;[1] y mandó publicar un auto, para que no se volviese á hablar sobre cosas pasadas, con pena de la vida y otras penas de mucho peso; que, aunque no serenó en el todo aquellos rencores, al menos unió los ánimos en lo público, para asistir á las cosas de la guerra.

Conseguida así la concordia y unión de los republicanos, mientras el visitador Orduña iba huyendo para Mexico, solamente seguido de la polilla de su conciencia, sin dar la residencia ni afianzarla en la cantidad de treinta mil pesos que se pedían por Gonzalo Hortíz, procurador general del Reino, D. Pedro de Alvarado se entretenía en acrecentar el dominio de Su Majestad y descubrir nuevas tierras. Para ello fabricó ocho navíos, los seis en el puerto de Istapa, y dos en la provincia de Nicaragua, para ir por la mar del Sur á esta admirable y prodigiosa expedición, como le ejecutó embarcandose el día 31 de Enero de 1534 en el puerto de Amapala; y aunque no se conseguió el descubrimiento

  1. Libro I de Cabildo, fol. 716.