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RAMOS DE VIOLETAS

fué evitar á mis labios un gemido;
pensar en mi dolor, fué la gran pena
que te hizo sucumbir. ¡Eras tan buena!


Que no es extraño que, al perderte, el llanto
fácil brotara de mis tristes ojos;
y que en mi soledad sintiera espanto,
y en mi camino hallara solo abrojos.
La vida en su terrible desencanto
¿qué le ofrece al mortal? luto y enojos;
el que fija en la tierra su mirada
¿qué ha de encontrar? El hielo de la nada.


Eso encontraba yo, madre querida;
por eso ante tu losa funeraria
pasaba muchas horas de mi vida
sin elevar al cielo una plegaria;
en tu recuerdo santo embebecida
mi mundo era tu huesa solitaria,
siendo todo mi afán, en mis dolores,
cubrir tu tumba con hermosas flores.
· · · · · · · · · · · · · · ·
Una voz, un murmullo, un eco vago
resonó de la tierra en el abismo,
y un algo misterioso, en dulce halago
la frente acarició del ateísmo.
Quien dijo, que la muerte no hacía estrago,
por medio de la magia ó Espiritismo,
y asombradas las gentes repetían,
¡que los muertos hablaban y sentían!


Los unos con desdén los escucharon,
los otros de pavor se estremecieron,