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Amalia D. Soler

en justa recompensa la serviré de egida.»
Por gratitud bendita mi nombre la ofrecí.
Ella aceptó gozosa, y el lazo de Himeneo
nuestras dos existencias por siempre las unió;
cumplió la casta niña su celestial deseo,
Raquel vive dichosa y resignado yo.
Y lucho y es mi vida tormento sin segundo.
¿Por qué yo no domino mi débil voluntad?
¿Por qué viendo en mi esposa amor grande y profundo
me ha de inspirar tan solo dulcísima piedad?
¡Problema indescifrable que resolver ansío!
¿Podrás tú, noble anciano, hacer la solución
del misterioso enigma? ¡oh! sí; yo en tí confío
que harás la anatomía de un pobre corazón.
Tú irás analizando; podrás fibra por fibra
decirme por qué el hombre en su incesante afán,
al eco del pasado su pensamiento vibra
y en pos de sus recuerdos sus ilusiones van.
¡Oh! dime de la vida el lazo misterioso
que enlaza lo pasado, el hoy y el porvenir;
tan solo tus palabras podrán darme reposo
por tí me alcé del fango, por tí llegué á vivir.»


Ven conmigo lector, vamos ahora
á ver de un hospital las tristes salas,
donde vive entre llantos y dolores
una gran parte de la raza humana;
una mujer hermosa y distinguida
de dulce y melancólica mirada,
se acerca á los enfermos, y les dice
que en Dios cifren su amor y su esperanza.
Un humilde sayal cubre su talle,
dejó del mundo las brillantes galas;