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Amalia D. Soler

amor, de caridad y de profundísima ilustración; desaparezcan los ídolos, derríbense los altares, olvídese la ley antigua con sus rayos exterminadores, con sus antros profundos y sus llamas eternas, y medítese únicamente en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como á nosotros mismos, por que ésta es la ley y los profetas. Yo no me opongo, señora, á que haya sacerdotes, pero sí deseo que éstos conozcan la verdadera luz, para que arranquen las malas semillas de la superstición y el fanatismo.

— Ciertamente que hay muchos pastores que no saben conducir sus ovejas, unos por ignorancia y otros...

Unas voces infantiles llegaron á nuestros oídos que decían:

Sor Inés... Sor Inés..!

— ¡Ay! Amalia, me están llamando y tengo con pena que dejar á V.

— ¿Y sin haberme contado la historia de esa niña?

— Y es verdad, que nada hemos hablado de ella, pero vuelva V. por aquí mañana á la tarde y la contaré la historia de la pobre Celia.

— ¡Cuánto la agradezco su amabilidad, Sor Inés, porque me ha interesado tanto esa jóven!