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RAMOS DE VIOLETAS

¿Seguía de Enrique las perdidas huellas?
¿Su triste paradero lo sabía?
Ciertamente que no; ella ignoraba
lo que á su fiel amante había ocurrido;
pero su corazón no se inquietaba,
porque era un corazón envilecido.
Era uno de esos seres desgraciados,
abortos del fatal positivismo,
en su misma abyección encenagados
sin querer levantarse de su abismo.
Y de un amor tan grande y tan profundo
como el que, el pobre Enrique le rendía,
sólo obtuvo por premio en este mundo,
que Sara murmurara:—«Es tonteria
el hacer sacrificios por amores.
No merecen los hombres ni un suspiro;
perdí uno de mis tiernos amadores,
¡y qué le hemos de hacer, si se ha perdido!
Buena era su intención, sin duda alguna,
mas después de los hechos consumados,
¿tienen éstos acción retrospectiva?
No la tienen; asunto terminado.»

Pasaron años, y la hermosa Sara
seguía el vaivén de su agitada vida;
cuando una tarde recibió una carta
que la tomó con mano estremecida,
porque en su letra fina y delicada
recordó Sara á un ser que había olvidado:
«¡Esta letra es de Enrique...!» Y azorada
rompió el sobre pequeño y perfumado,
y con acento, al parecer tranquilo,
leyó su contenido,