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RAMOS DE VIOLETAS

en aras de su torpe conveniencia.
La voz de su conciencia
sin cesar le decía:
«Toda esa desventura es obra mía;
si yo hubiera estudiado,
con afán y cuidado,
lo que á Silvia mejor la convenía,
ésta hubiera vivido,
mas los hechos que están ya consumados
el lamentarlos es tiempo perdido»,
y tomando un sereno continente
entró resueltamente
en la estancia en que Silvia con tristeza
echada en su diván lánguidamente,
apoyaba en sus manos su cabeza:
preguntando tal vez á su pasado
por su ensueño de amor evaporado.

Tosió el anciano por hacer ruido,
y Silvia le indicó que la atendiera,
diciendo con acento conmovido:
tengo que hablaros por la vez postrera.

Voy á morir.—¿Morir? ¡qué tontería!
replicó su tutor, eso es incierto;
¿qué es lo que tienes tú? melancolía,
pues de melancolía nadie se ha muerto!

—Lo mismo digo yo; dijo el marido,
que hablaba por hablar, por decir algo.
—Ninguno de los dos ha comprendido
el sufrimiento que en mi pecho guardo;