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AMALIA D. SOLER

En la Orden de las Hermanas de la Caridad, no se debían admitir á esas mujeres mercenarias, vulgares, ignorantes y de malos instintos. Debía hacerse un detenido estudio, un profundo exámen de las que quisieran vivir consagradas á los dolores de la humanidad; debiendo tener como condición indispensable, una sensibilidad exquisita, un alma elevada, una instrucción profunda y una fuerza de voluntad superior; de este modo, serían verdaderamente los ángeles consoladores de los afligidos.

Esto debían ser; en realidad ¿qué son hoy? El que quiera conocer los servicios que prestan á esa clase (al parecer) desheredada de la sociedad, que vaya á los hospitales, y en el fétido olor que despiden sus salas, en los semblantes secos y duros de los enfermeros, en las caras de los enfermos sombrías ó burlonas y en la sonrisa hipócrita de las buenas madres, se encontrará algo que oprime y que fatiga, algo que está en contradicción con la moral de Cristo, el que dijo «amaos los unos á los otros,» y que los hombres tradujeron así: mortificaos los unos á los otros.

¡Y luego dicen que los espiritistas somos locos! ¡Bendita locura! si de ella ha de nacer el lazo de unión de todos los pueblos,