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RAMOS DE VIOLETAS

se ensaña en las víctimas de la miseria y del dolor.

Desde que en España se estableció la tolerancia de cultos, tiene la clase proletaria otro sufrimiento más.

Entra un protestante en un hospital y, claro está que al morir, reclama los consuelos de su religión, llega el pastor (que es recibido con un murmullo poco tranquilizador), y si desgraciadamente la agonía del paciente se prolonga y el pastor se retira, ¡qué de sátiras! ¡Qué de insultos y recriminaciones recibe el infeliz en sus últimos momentos! ¿Y todo por qué? Porque dió un paso en la senda del progreso y muere con el desconsuelo de saber que sus restos no descansarán al lado de sus padres ó amigos, si no compran su cadáver pagando 500 reales por derechos no sé de qué, que exije el benéfico establecimiento.

Esa es la caridad apostólica romana que se convierte en dueña del individuo, para dominar su espíritu mientras está en la tierra, y para estudiar después su cuerpo inanimado en estos centros anatómicos que se llaman hospitales.

Triste, muy triste es, hermana mía, cuando vemos marchitarse por el egoís-