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AMALIA D. SOLER

nales á esos desgraciados que, jugando el todo por el todo, cometen una acción punible por darles tal vez á los suyos un pedazo de pan! Esos hombres cometen un crimen, pero desafían el peligro. En cambio estas mujeres cubiertas con sus blancas tocas, y envueltas en sus negros mantos, satisfechas todas las necesidades de su vida, elaboran en su imaginación los medios para hacer sufrir un tormento sin nombre á aquellos infelices que, una sociedad mal organizada, pone en sus manos para que los anime y los consuele.

Cuando un pobre entra en un hospital, la Casa le guarda toda la ropa que lleva puesta, y al entrar el enfermo en el período de la convalescencia, se levanta, cree que tendrá el legítimo derecho de hacer uso de su propio traje; pues bien, hay Hermanas de la Caridad que cumplen tan bien con su cometido, que en lugar de darles su vestido, si éste es nuevo, lo guardan y les dan otro usado y viejo. El dueño, naturalmente, se indigna ante tal abuso, se queja, y cuando llega la hora de darles el alimento, recibe, aquél que se ha quejado, la tercera parte de la ración que le corresponde. ¿Es esto justicia? ¿Es esto caridad? ¿Es éste el amor al prógimo que predicó Cristo? No; éste es el extremo de la crueldad que