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AMALIA D. SOLER

conseguís con vuestros usos
sus decretos sorprender.
¿Quién sois, míseros mortales,
para juzgar los pecados?
¡Ciegos por ciegos guiados,
todos tendrán que caer!

Dios tan solo debe oir
nuestra confesión contrita;
¡pobre humanidad! medita
y comprende la verdad.
No des á otro pecador
un espíritu divino,
no le entregues tu destino,
ni tu propia voluntad.

No hagas tu casa en la arena
que el mar sus cimientos baña;
edifica en la montaña
que no arrastra el aluvión.
No hay ningún hombre en la tierra
que no conozca el pecado;
á todos ha dominado
una vez la tentación.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Es el sublime Evangelio
la voz del Omnipotente,