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Amalia D. Soler

Que siempre ha protestado, pero el oscurantismo
no le ha dejado al hombre pensar ni definir;
sin darse cuenta de ello pensó en el «ateísmo»
qne con la indiferencia le vino á confundir.

Los sabios más profundos, su voz al cielo alzaron
pidiendo que imperara la ley del Redentor,
los padres de la Iglesia su audacia excomulgaron,
los débiles temieron, y dominó el «error».

Pasaron luengos siglos, huyeron las edades
y siempre la teocracia dictó su voluntad,
y tuvo falsos ritos, y pompa y vanidades,
reinando la «mentira» en vez de la «verdad».

El mártir de los Cielos, el héroe del Calvario,
sintió por los humildes inextinguible amor,
y en cambio, sus ministros creyeron necesario
que al siervo dominara tiránico Señor.

Y hasta en los cementerios les dieron á sus muertos
distinta jerarquía ¡oh humana ceguedad!
que hasta en la helada tumba comete desaciertos
y hasta el «no ser» despierta su loca vanidad.

¡Qué importa que la ciencia conserve á la materia!
¡que un cuerpo embalsamado no tenga corrupción!
¿circulará por esto la sangre en una arteria?
¿podrá por un momento latir el corazón?