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Ramos de violetas

me miraba de hito en hito y murmuraba: «Esta muchacha desciende de hereges.»


II

Pasaron algunos años, y cuando en Madrid visité los cementerios y ví los hacheros colgados de cirios y los lacayos de gran librea, guardando las coronas de siemprevivas y de pensamientos, los faroles y las lámparas, cuando ví aquella comedia que se representaba á la memoria de los muertos, sentí repugnancia ante una farsa social que profanaba el recuerdo de los que fueron.

¿Acaso el sentimiento tiene una época fija para manifestarse? Cuando el dolor desgarra nuestro pecho, cuando el universo se desploma sobre nuestro ser, necesitamos marcar un día para ir á llorar en el sepulcro de los seres queridos? El dolor no conoce la medida del tiempo, porque es una emanación del infinito, y un niño me hizo conocer que el pesar íntimo del alma no tiene ni lugar ni fecha para demostrarse.


III

En la suntuosa necrópolis de Barcelona,