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Ramos de violetas

dos y de ternura, te quería arrebatar de los brazos de la muerte.

Si la solicitud y el tierno afán tuvieran poder suficiente para detenernos en este mundo, tu vida se prolongaría como la de los antiguos patriarcas; pero tu misión se ha cumplido y vas á recibir el premio en otra región mejor.

¡Dichosa tú! Si algo envidio en este mundo, es tu modo de morir.

Cuando estoy á tu lado en tu pequeña casita y te contempló dulce y melancólica, sentada al lado de tu marido, que te mira con la más santa compasión; cuando te veo lejos de esta engañosa sociedad sin que una mirada indiscreta profane tu santa agonía, sin que tu pensamiento se fije en el mañana, ni que la más leve ansiedad fatigue tu delicado organismo; cuando te veo morir con tanta paz, no puedo menos que repetir estos dos versos de Ayala:

«¡Oh! cuán dulce es morir como tu mueres! ¡Oh! cuán triste es vivir como yo vivo!»

Tú has encontrado, amiga mía, el único goce que existe en la tierra: un alma se ha identificado con la tuya y habeis formado un solo ser, y antes que el huracán de las pasiones se desencadene, antes que la fata-